sábado, junio 02, 2012

LA LEYENDA DEL ISONDÚ


CLASIFICACIÓN:
EMOCIONES - ENVIDIA
AUTOR:
Graciela Repún
EDAD:
A partir de cinco años
WEBGRAFÍA
http:blogs.educared.org
QUE TRABAJAMOS:
La lucha eterna entre el bien y el mal, entre la envidia y la generosidad

Esta leyenda me la contaron de dos maneras. Una me gustó más que la otra. En la primera versión, había un luminoso indio guaraní que atraía admiración, odios y amores.
Se llamaba Isondú. Era de esas personas que hacen que parezca fácil cazar bien, pescar aun mejor y gustarles a todos. O a casi todos.
Porque Isondú llegaba y las jóvenes no buscaban excusas para acercarse. Simplemente venían a mirarlo, a conversar con él.
Y lo rodeaban los amigos. Siempre, donde estaba Isondú había acción y risas.
No era su intención, pero se destacaba de los demás. Como si tuviera una luz acompañándolo, dándole protagonismo.
Los que no se agrupaban junto a Isondú, los que no lo querían, empezaron a sentir que se perdían en su sombra. Se quedaban mirándolo, en la oscuridad. Primero solos, impotentes. Después juntos, envalentonados, compartiendo envidia.
¿Cómo son los pensamientos en la oscuridad? Son muy negros.
Isondú lo supo una noche, cuando cayó en una trampa para cazar animales y sus envidiosos enemigos se abalanzaron sobre él.
No se sabe con qué lo atacaron. Probablemente con mazas. Pero lo hicieron todos juntos, a la vez, por sorpresa.
Si no, nunca hubieran podido vencerlo. Le hicieron muchas heridas. Algunos dicen que veintidós y que el cuerpo de Isondú murió. Pero él era un indio de este mundo. Y de otros.
El hecho fue que sus heridas cambiaron de color. Se aclararon, se volvieron blancas y brillaron. Unas lucecitas con alas que se desprendieron del cuerpo tomando vuelo.
Se fueron agrupadas como pedacitos voladores de la Vía Láctea. Se transformaron en luciérnagas. Antes no existían. El cuerpo mismo de Isondú se hizo volátil y se fue por ahí, con ellas. Desde esa noche, entre los ríos Paraná y Uruguay, hay una zona donde es casi imposible que alguien se deje ganar por la oscuridad del camino. ¡Mucho menos que se pierda! Un séquito de luces puede acompañarlo, unos destellos colarse en los más oscuros sentimientos.
Algo del indio Isondú, algo de luciérnaga repartido en vuelos, va a darle más fuerza.
Y esa es una versión del nacimiento de las luciérnagas. O isondúes, o tuquitos. O bichitos de luz. Pero hay otra. Es ésta: Tupá había creado a los hombres. Solos, en este gran mundo, tenían frío. Así que también les dio el fuego. ¿Alguien no vio una fogata chisporrotear a la noche, en el campo? Entonces, tiene que verla.
¿No se reunieron alrededor de un fogón y compartieron una comida, un mate, una canción, un cuento? Entonces, no saben.
Pero como pueden imaginarlo, no hace falta que detalle lo que sintió Añá, el espíritu del Mal, viendo cuántos calorcitos encendían esos fuegos.
Así que sopló y sopló. Y sopló hasta que los apagó toditos. Añá se sintió de fiesta.
Pero Tupá es Dios, y es espíritu de trueno. Vive en el cielo, sabe de cosas aladas y de trampas buenas. Por eso inventó los isondúes.
Los isondúes volaron juntos. Resplandecieron como mágicas fogatas sobre el monte, en el bosque, cerca de los arroyos, en la selva.
Tras ellos fue engañado Añá, soplando y soplando. Pero esas velitas no se apagaban.
Dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan. Más bien, rescoldos, brasas, chispas, tizones. Son los que usó Tupá para volver a encender los fuegos de los hombres, mientras Añá se frustra todavía, intentando apagar luciérnagas. FIN

1 comentario:

Gracias por ser lectores fieles Cuenta cuentos para educar.